Escrito por: Jimmy López Morillo
Treinta años se están cumpliendo de aquella madrugada en la que un grupo de soldadas y soldados patriotas, liderados por el comandante Hugo Chávez Frías, se rebelaron contra la dictadura puntofijista.
-¡Coño, la vaina sí era verdad!
Tal fue nuestra expresión, mientras saltábamos de la cama aquel 4 de febrero de 1992, luego de haber escuchado entre sueños el insistente repicar del teléfono de la casa y finalmente, cuando nuestra madre lo atendió, soltando entre otras una frase que terminaría de despertarnos: “¡Golpe de Estado!”.
Desde semanas atrás, un camarada de La Vega Dice –uno de los pioneros del periodismo popular en Venezuela, en el cual se asentaba nuestra militancia revolucionaria desde finales de la década del 70, con no pocas clandestinidades en los pasos- nos había informado que había sostenido algunas reuniones en las cuales estaba presente al menos un militar activo, para hablar sobre un movimiento insurreccional ya en ciernes. La presencia del uniformado, en aquellos momentos nos produjo ciertas reticencias, dadas las experiencias fascistas conocidas al sur de nuestro continente, protagonizadas precisamente por integrantes del sector castrense. Sin embargo, nos manteníamos a la expectativa.
Por ello, tan pronto nos alistamos, salimos a recorrer las calles de la parroquia La Vega –cerca de las 4 de la mañana-, en busca de nuestros compañeros. Poco a poco, nos fuimos concentrando en la Redoma de La India, intercambiando las escasas informaciones de las cuales disponíamos. Alguno, inclusive llegó a afirmar que por la Cota 905 nos llegarían algunas armas para sumarnos a la rebelión.
Cerca de las 8 de la mañana, acordamos que me trasladara hasta El Nuevo País –a media cuadra de la sede administrativa del Ipasme-, en el cual para entonces laboraba. Desde allí, me enviaron a cubrir los enfrentamientos en La Carlota, donde los intercambios de disparos eran intensos. Otros compañeros del diario, entre quienes recuerdo a Alexis Rosas y Ernesto Villegas, se desplegaron por distintos sitios de Caracas en los que también se producían combates.
Posteriormente, nos trasladamos a la avenida Sucre, a la altura de Caño Amarillo, en la cual un grupo de los militares se había introducido en uno de los edificios, al que nos habían autorizado a entrar para darnos unas declaraciones, gracias a un colega residente del mismo –“Él es uno de los nuestros”, les dijo-. Sin embargo, todo se frustró al desatarse otra balacera. Ya no nos darían más acceso, por lo cual nos fuimos hasta la redacción.
Para entonces, ya el líder de los soldados patriotas, el entonces desconocido teniente coronel Hugo Chávez Frías, había llamado a la deposición de las armas, en medio de una breve alocución en la cual soltó una frase que partiría en dos la historia contemporánea de nuestra patria, aunque obviamente no podíamos imaginarlo en ese momento: “(…) nuestros objetivos no han sido cumplidos, por ahora(…)…”.
La censura
Como ya había ocurrido tres años antes –durante el alzamiento popular del 27 de febrero-, el gobierno del genocida Carlos Andrés Pérez decretó la suspensión de las garantías constitucionales, imponiendo entre otras cosas una férrea censura de prensa.
Desde ese momento, los distintos medios de comunicación fueron poblados por mutiladores de textos comandados por el diputado adeco Pedro Pablo Alcántara, quienes bisturí en mano cortaban palabras, frases, oraciones, títulos, notas enteras, según sus pareceres. En las redacciones, asistíamos con impotencia a este proceso de mutilación de nuestros trabajos, al vil cercenamiento de la libertad de expresión, si bien la misma antes de aquella fecha solo era un instrumento moldeable de acuerdo a los intereses de aquella dictadura disfrazada de pseudodemocracia, que en realidad era el puntofijismo.
Fue así como en medio de la indignación reinante, los medios impresos circulaban con espacios y hasta páginas enteras en blanco, mientras similares situaciones se repetían tanto en radio como en televisión, todo lo cual llevó a los gremios periodísticos a convocar un paro nacional de prensa para el 25 de febrero. Ese día, se comisionó a un grupo –incluyéndome- para que asistiéramos a invitar a los Estudiantes de la Escuela de Comunicación Social de la UCV –de la cual soy egresado- a sumarse a la convocatoria, luego nos incorporamos a la concentración efectuada frente al Palacio Legislativo. La paralización de los medios, fue prácticamente total.
Herida mortal
Con una dignidad de la cual carecen los que ahora pretenden devolvernos a tiempos coloniales, tanto el comandante Hugo Chávez como quienes lo acompañaron en aquella acción destinada a librar a la Patria del yugo puntofijista, asumieron su responsabilidad y enfrentaron la prisión con entereza, sin que ninguna potencia extranjera saltara a pegar declaraciones en defensa de sus derechos, mancillados permanentemente en sus sitios de reclusión.
“¡Muerte a los golpistas!”, llegó inclusive a clamar el senador adeco David Morales Bello –abogado que controlaba las mafias judiciales en el país-, en una sesión bicameral convocada tras la fallida rebelión, mientras el expresidente copeyano Rafael Caldera pronunciaba un discurso mucho más ponderado, en el cual cabalgaría para ser reelecto dos años después.
El 27 de noviembre de ese 1992se produjo la segunda rebelión de militares patriotas en contra de la satrapía de Carlos Andrés Pérez, quien fue destituido por corrupto en agosto de 1993 y encarcelado en mayo siguiente. “Hubiera preferido otra muerte”, dijo en aquel momento.
La que sí había recibido una herida mortal era la dictadura puntofijista. Aquel 4 de febrero de 1992, había sido el comienzo del fin. Tras la salida de CAP de la Presidencia, fue electo Rafael Caldera por segunda ocasión como Jefe de Estado, tomando posesión el 2 de febrero de 1994.
Caldera, quien firmó el Pacto de Nueva York con el cual se instauró la dictadura puntofijista junto al adeco Rómulo Betancourt y al urredistaJóvitoVillalba, terminó siendo el último presidente del aquel nefasto conciliábulo signado de espaldas al pueblo.
Poco más de un mes después de su toma de posesión, debido a la creciente presión popular se vio obligado a indultar al comandante Hugo Chávez, quien salió de la cárcel de la dignidad el 26 de marzo, dando comienzo a un intenso periplo que lo llevó prácticamente por todos los rincones del país.
Ese recorrido tendría su culminación el 6 de diciembre de 1998, cuando a pesar de todas las presiones, de los innumerables intentos de impedirlo, fue electo por mayoría abrumadora Presidente de la República.
La llamarada encendida el 4 de febrero de 1992 había adquirido todas sus dimensiones épicas. Aquel “Por ahora”, pasó a ser entonces un irrebatible “Para siempre”, iluminando los caminos por los cuales seguimos transitando.