Por: Jimmy López Morillo
Conocida es nuestra posición en contra de todo lo que ha representado para la humanidad el imperialismo estadounidense. Jamás hemos escondido nuestro repudio al legado de sangre, muerte y destrucción dejado por quienes han ostentado el poder desde la Casa Blanca durante más de dos siglos y aquellos que los manejan desde las sombras. Son la escoria de toda la historia del planeta.
Sin embargo, si bien no caemos en la ingenuidad de pregonar que el deporte no debe mezclarse con la política, siempre hemos estado claros en que a los deportistas se les respeta, independientemente de su país o militancia ideológica que pudieran tener.
Cuando éramos perseguidos y reprimidos por combatir a los gobiernos de la dictadura puntofijista, en nuestro rol de periodistas deportivos jamás tratamos de manera distinta a deportistas, sin importar si eran adecos, copeyanos o coincidían ideológicamente con nosotros.
Eso no aplica para quienes desde el triunfo de la Revolución Bolivariana se han dejado arrastrar por ese odio inoculado, del cual no han podido desprenderse y que los lleva a despotricar vilmente de quienes con dignidad están representando a nuestra patria en Tokio, superando todas las adversidades impuestas por los genocidas de Washington en contra no de una parcialidad política, sino de todo el pueblo venezolano.
Porque, les guste o no, esos 43 atletas que se ganaron el derecho a estar en un evento al que acude solo la élite del deporte universal y en el cual aspiran participar deportistas incluso con multimillonarias cuentas bancarias, nos representan a todas y todos, más allá del estiércol y las miserias que puedan echar a correr bajo la impunidad de las redes digitales.
Porque en las humildades de Yulimar Rojas, Daniel Dhers, Julio Mayora o Keydomar Vallenilla –ojalá hayan más-, colgarán preseas que no podrá exhibir, por ejemplo, el serbio Novak Djokovic, uno de los mejores de la historia del tenis mundial.
Porque, aunque les arda en el lugar más recóndito de sus amargadas espaldas, esas y esos 43 atletas, son heroínas y héroes de un país orgulloso de ser cuna de libertadores, que precisamente celebra los 200 años de su independencia y jamás volverá a ser colonia de ningún otro imperio, como los apóstoles del odio y de la entrega sumisa pretenden.
Porque en cada una y cada uno de esas muchachas y muchachos, está el corazón de la inmensa mayoría de las venezolanas y venezolanos, que levantamos las pesas, cabalgamos sobre las bicicletas, luchamos en los tatamis, nadamos en las piletas, saltamos, pujamos, combatimos entre los ensogados –sin shows politiqueros como el de Acnur metiéndole esa “cabra” del supuesto “refugiado” al COI-, en fin, dejamos el aliento junto a quienes en las lejanas tierras niponas, ya han concretado la mejor actuación olímpica de nuestra historia, superando el criminal bloqueo al que nos han sometido en el último quinquenio.
Y eso, para que les siga ardiendo, está más allá de todas sus miserias.